domingo, 22 de enero de 2017

El Papa Inocencio X

El Papa Inocencio X
El retrato que Velázquez pintó del Papa Inocencio X durante su segundo viaje a Italia (1649-1651), ha ejercido una profunda fascinación en artistas posteriores. La penetrante mirada y el gesto firme del papa poco tienen que ver con el tópico del pastor de almas de mirada benévola y gesto compasivo. Velázquez pintó al hombre de estado, no al jefe de la Iglesia Católica, aunque también. El vicario de Cristo en la Tierra no es el cordero que se entrega mansamente al sacrificio, sino uno de los hombres más poderosos de su época; tal vez por esa razón el Papa quedó turbado ante la franqueza que el pintor supo arrancarle. Una franqueza que carecía de adulación, como era norma en los retratos de la época. La obra, como es evidente, traspasa todos los límites del género; la pompa y circunstancias que rodean la figura del Papa quedan difuminadas, a pesar de la intensidad del rojo sobre rojo que impregna toda la obra, ante la severidad del retrato y su profundo realismo. El Pontífice no dejó de reconocer, a pesar de ese “pequeño” contratiempo, la calidad del pintor sevillano, por lo que fue obsequiado por éste con una medalla y una cadena de oro.

Inocencio X, por Diego Velázquez (1650) y Francis Bacon (1953)
Francis Bacon, pintor angloirlandés fallecido en 1992, realizó unos cuarenta retratos-variaciones del realizado por Velázquez sobre Inocencio X. El carácter atormentado y desgarrado de este pintor se aprecia en el modo en que “recrea” la imagen del papa, llena de fuerza y dramatismo. En sus variaciones el rostro y la figura se deforman para acentuar la expresividad del personaje. De la boca entreabierta parece surgir un grito de horror que poco tiene que ver con el Papa y sí con las angustias y zozobras personales del artista. Bacon se adscribe a las corrientes figurativas expresionistas del s. XX, desarrolladas después de la Segunda Guerra Mundial.
Velázquez constituye por sí solo uno de los baluartes más representativos de la pintura Barroca, pero a su vez es también uno de los ejemplos más brillantes del arte de la pintura en toda la Historia del arte.
Prácticamente todos los elementos plásticos que deben de valorarse para aquilatar el magisterio de una obra maestra, los posee Velázquez en su obra: su dominio de la técnica para transmitir las texturas de los objetos hasta alcanzar un realismo preciso y de enorme calidad visual; la perfecta ordenación de sus composiciones; la diversidad de  sus soluciones y repertorios; la profundidad psicológica y gestual de sus retratos, llenos siempre de una hondura y una verdad que los hace tan humanos; y por encima de todo dos aportaciones insuperables, de un lado su tratamiento de la pincelada suelta y libre, vibrante siempre y llena de una agitación y vitalidad que se convierte en el sustrato de la emoción que es capaz de transmitirnos y que tanto impactará en los futuros impresionistas. De otro lado su tratamiento de la luz, que potencia sus colores y crea en sus espacios atmósferas tan reales que pareciera que en sus obras se respirase realmente el aire.