jueves, 13 de noviembre de 2014

El patriarca de los Kennedy consiente que a su hija Rosemary le practiquen una lobotomia..

ROSEMARY, EL TABÚ DE LOS KENNEDY

kennedy
Rosemary tenía problemas de aprendizaje desde niña y a los 20 años, edad que tenía en esta foto, también de actitud, según sus padres.
La hermana de JFK, Bobby y Ted desapareció en 1941 de los álbumes de fotos de la familia más famosa de EE.UU. La joven, inestable y rebelde, fue sometida a una lobotomía que la condenó a vivir inválida y escondida. El periodista Pierre Pratabuy ha rescatado testimonios y documentos para reconstruir, más allá de las mentiras oficiales, la historia no autorizada de Rosemary Kennedy. 
Era simple, inocentona, quizá disléxica, quizá bipolar. Eso nunca se supo. Lo que sí se sabe es que también era rebelde y que representaba un estorbo para su padre. Rosemary era incapaz de medirse a sus ocho hermanos en el seno de una familia ultracompetitiva. Frustrada, tenía berrinches, pataletas, ataques de histeria. Y con 20 años comenzó a escaparse por las noches. Vagabundeaba por las calles de Boston en busca de cariño. Mendigando abrazos de desconocidos. No era capaz de tener novios formales, como sus hermanas, pero tenía una sexualidad tan arrolladora como sus hermanos varones, unos gallitos de los que se alababa su hombría mientras fuesen discretos. Y ella era una mujer. Y su obligación era comportarse como una dama. Pero Rosemary se acostaba con cualquiera. O eso se rumoreaba. Joe Kennedy, el patriarca, ex embajador en Londres y la Santa Sede, estaba abochornado. La joven díscola podía quedarse embarazada en una de sus correrías nocturnas, cada vez más audaces. Sería un escándalo que arruinaría la reputación de la familia. Una mancha en el honor de sus mejores y más inteligentes vástagos, para los que planeaba una carrera política sin parangón. La llevó a psicólogos y psiquiatras. Y dos neurocirujanos, Walter Freeman y Jammes Watts, le propusieron una terapia definitiva. Una solución que entonces se consideraba lo más: una lobotomía. No es que el padre quisiera dejarla lela adrede, sólo tranquilita. Que no importunase.
Así relata la operación en la revista francesa Vingetun el periodista Pierre Pratabuy, que ha reconstruido la desgraciada vida de Rosemary Kennedy, despachada por los biógrafos oficiales de la familia con una conmiserativa nota a pie de página: retrasada mental. «Con la paciente despierta, únicamente bajo los efectos de la anestesia local, el médico abrió un pequeño agujero en cada sien de la joven. Después, con la ayuda de un escalpelo en forma de cuchillo de untar mantequilla que introdujo en el cráneo, empezó a seccionar los lóbulos prefrontales del cerebro, supuesto origen de las afecciones del alma. Durante ese tiempo, y siguiendo el protocolo, Freeman hacía preguntas a su paciente, pidiéndole que recitara el padrenuestro o canturreara el himno nacional. Mientras sus respuestas fueran coherentes, Watts seguía cortando. Finalmente, su colega le pidió que parase. La enfermera que asistía a los dos hombres, traumatizada, dimitió tras la operación de Rosemary, que quedó reducida a la edad mental de un niño de corta edad.» Tenía 23 años. Vivió confinada hasta su muerte, a los 86, en una institución psiquiátrica. Seis décadas de olvido y de vergüenza. 
Rosemary fue una niña deseada. Nació el 13 de septiembre de 1918 en la residencia de la familia Kennedy en Boston. Se llevaba tres años con Joseph Junior, el ojito derecho de papá, y uno con JFK. Su madre, Rose, después de dos varoncitos, anhelaba una niña. Todo estaba dispuesto para el alumbramiento, pero, según la historia oficial, el ginecólogo de la familia llegó tarde y la cabeza de Rosemary se atoró en el canal del parto. Su cerebro estuvo privado de oxígeno durante unos instantes preciosos. Conforme fue creciendo se quedaba embobada, le costó aprender a caminar, a sostener la cuchara y a leer, aunque finalmente lo consiguió e incluso escribía largas cartas y llevó un diario íntimo. En la escuela informaron a sus padres de que su cociente intelectual era bajo y que no era capaz de seguir el ritmo de la clase. Algunos compañeros se burlaban de ella y se enzarzó en más de una pelea, lo que le granjeó fama de colérica. Con la excepción de Eunice, sus hermanos tampoco tuvieron paciencia con ella. 
Su retraso era muy leve, según el historiador Edward Shorter. La lista de las cosas que podía hacer superaba con creces a las tareas que le resultaban irrealizables. Rosemary era muy responsable. La dejaban a cargo de seis niños cuando visitaba la casa de cierta amiga. Se los llevaba a la playa, los vigilaba, nadaba con ellos, les daba de merendar y, de regreso, los acostaba y les leía un cuento. Tenía unos modales exquisitos en la mesa. Dio clases de baile y acompañaba a sus hermanas a las fiestas, aunque no sabía flirtear y terminaba bebiendo ponche en un rincón. Jugaba durante horas al tenis con su madre y era una nadadora excepcional. Solía ganar a sus hermanas. Y se enfadaba si perdía. Nadar era una de las pocas ocupaciones en las que superaba al resto del clan. Y gozaba contándole a su padre sus hazañas en la piscina. Podía presumir de algo, por fin. Pero si alguna vez Joe se sintió orgulloso de su hija, no lo demostró. 
En 1935, Eunice y Rosemary fueron juntas a Europa de vacaciones. «Montamos en barco en Holanda, escalamos montañas en Suiza, remamos en el lago Lucerna. Rosemary podía hacer todas esas cosas tan bien como yo. Nadar, remar… Podía caminar más rápido y distancias más largas. Y era muy divertida.» Al final de aquel verano, Rosemary mostraba grandes síntomas de recuperación. No estaba agitada ni irritable. Hubo más viajes a Europa y, cuando el padre fue nombrado embajador en el Vaticano, toda la familia fue recibida por el papa Pío XII, un acontecimiento del que Rosemary disfrutó especialmente.
Cuando los kennedy regresaron a Estados Unidos en 1940, Rosemary, que tenía 21 años, comenzó a empeorar súbitamente. Su incapacidad para estar a la altura de sus brillantes hermanos la tenía amargada. Comenzó a tener episodios de histeria, lanzaba los platos contra el suelo y golpeaba a los que estaban a su alrededor. También por esa época comenzaron las escapadas nocturnas. Sus padres se alarmaron. «Mi madre la llevó a docenas de médicos. Todos coincidían en que no mejoraría y que sería más fácil cuidarla en una institución psiquiátrica», recuerda Eunice. Una idea que ya se había barajado cuando Rosemary era quinceañera. El padre entonces se opuso, pero en el otoño de 1941 el comportamiento de Rosemary lo tenía abrumado. Así que recurrió a una medida desesperada, pero elegante en aquella época: la lobotomía. No era un tratamiento típico, pero sí estaba de moda entre las familias adineradas, como el electroshock. Joe Kennedy no le dijo nada a Rosemary de la arriesgada intervención que estaban a punto de practicarle ni a su esposa, Rose. Fue una decisión tomada por el jefe del clan. Incontestable. El resultado fue devastador. En aquella época, las familias se avergonzaban si tenían hijos retrasados o con problemas mentales. Los escondían. Los recluían. ¿Qué hacer con aquella criatura que salió del quirófano con la mirada ausente y condenada a babear de por vida? Joe la hizo desaparecer. Así de simple. No se supo nada de ella durante siete largos lustros.
Chicago, 5 de octubre de 1975. Peter Nolan, reportero de la cadena de televisión CBS, anda de cabeza. Acaba de saber que Rosemary se ha extraviado. Eunice ha dado la alarma después de perderla de vista a la salida de misa. Por la radio se emite un aviso de búsqueda: 57 años, pelo negro, pantalón rojo, abrigo blanco, caminar vacilante. Nolan es el primero en verla en una esquina. «Estaba mirando un escaparate con la cabeza inclinada. Detuvimos el coche y me acerqué», recuerda. «Le pregunté si estaba buscando a Eunice. No dijo una palabra.» Justo en ese momento, una patrulla la sustrajo de la curiosidad del periodista y la llevó con su hermana. Al día siguiente, la noticia saltaba a todos los periódicos y América descubrió a «la Kennedy que nadie conocía». Recluida en el convento de Santa Colette (Wisconsin), «los visitantes no tienen derecho a verla y la familia se niega a hablar de Rosemary», según un artículo de la época del Chicago Tribune. 
Rosemary murió el 7 de enero de 2005, en el Memorial Hospital de Fort Atkinson (Wisconsin), a una decena de kilómetros del convento donde pasó su existencia después de la lobotomía. La instalaron en un pequeño pabellón de ladrillo construido para ella en el edificio reservado a las estancias de larga duración. Allí vivió 57 años, rodeada de varias enfermeras cuyas supervivientes no han querido contar nada, aparte de repetir que «Rosemary fue feliz en todo momento». 
Según la versión oficial, fue la degradación repentina e inexplicada de una deficiencia innata lo que provocó su aislamiento, no la operación. El drama de Rosemary apenas merece atención en la copiosa bibliografía sobre los Kennedy, aunque inaugura la maldición que persigue al clan: la muerte de sus hermanos Joe Junior en la guerra, de Kathleen en un accidente de avión y los asesinatos de JFK y Bobby. Rosemary sigue siendo tabú y reconstruir su historia es como armar un rompecabezas. Una pieza importante para hacerlo es el libro de memorias que Rose, la madre indestructible fallecida a los 104 años, publicó en 1974, dedicadas a su hija y a sus semejantes «mentalmente deficientes, pero sanos de espíritu». En ellas cuenta que «Joe y yo consultamos a los mejores especialistas, que nos aconsejaron cierta clase de neurocirugía. La operación puso fin a las crisis convulsivas y los accesos de violencia, pero también convirtió a Rosemary en una inválida. Perdió todo lo que había ganado durante años gracias a su esfuerzo y a nuestro cariño. Dejó de tener autonomía y necesitaba vivir bajo el cuidado de otra persona». La familia Kennedy jamás reconoció públicamente que aquella «clase de neurocirugía» fue una lobotomía. 
Durante la guerra, la `desaparición´ de Rosemary pasó inadvertida, pero el rápido ascenso de JFK obligó a la familia a dar explicaciones. En junio de 1953 se publicó un artículo sobre el prometedor político donde se cuenta que el clan al completo se había movilizado para su campaña al Senado a excepción de Ted, en el Ejército, y Rosemary, «institutriz en Wisconsin». Seis años más tarde apareció la primera biografía del candidato presidencial. Su autor, amigo de la familia, afirmó sin pestañear que Rosemary «se ocupa de niños retrasados». La mentira era tan descarada que poco después Joe Kennedy ofreció otra versión a la revistaTime: su hija mayor había sido víctima durante la infancia de una «meningitis espinal». La pregunta es: ¿realmente era retrasada o padecía otra enfermedad? Para Gerald O’Brien, profesor de la Universidad Southern Illinois, la minusvalía psíquica pudo degenerar en una forma de depresión agresiva, lo que explicaría sus accesos de cólera. Otros expertos descartan la deficiencia innata, explicando las dificultades escolares de Rosemary por una dislexia. Los diplomas que obtuvo o su participación como monitora en un campamento no encajan con lo que se quiere hacer creer. Lo que es seguro es que Rosemary no encajaba en el molde. Ella era consciente de que no estaba al nivel de la familia. En 1934, internada en Rhode Island, escribió a su padre: «Haría cualquier cosa para hacerte feliz. Detesto decepcionarte de esta manera. Ven a verme. Me siento muy sola». En un principio, Joe se conformó con mantenerla aislada, pero cuando la carrera de sus hijos varones empezó a prosperar, se lo jugó todo con la lobotomía. E incluso le vio el lado positivo: «Después de todo, la resolución del problema de Rosemary ha sido esencial para permitir a todos los Kennedy llevar sus vidas de la mejor manera posible», explicó a su hermana Anastasia en una carta de 1958. Eunice fundó los Special Olympics, una competición deportiva para minusválidos psíquicos, como homenaje a Rosemary. Y, quizá, también como expiación.

1 comentario:

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